No cura nada, pero todos creen que lo cura todo, así que se convirtió en remedio, ritual y herencia familiar. Esta es la historia del Vicks VapoRub, el ungüento que nació en una botica y conquistó el mundo gracias a una pandemia, mentol y mucho marketing.
Todo empezó en Carolina del Norte, en 1890, donde un joven boticario llamado Lunsford Richardson heredó la farmacia de su cuñado. Tenía seis hijos que solían enfermar en invierno, especialmente con catarro.
Richardson empezó a experimentar con ungüentos para ayudarles a llevar mejor sus dolencias. Quería algo que no se tragara, que no supiera mal y que los niños no rechazaran. Probó con mentol, alcanfor y aceite de eucalipto, hasta que dio con la fórmula mágica.
Lo llamó “Vicks Magic Croup Salve”, un nombre modesto, pero con un efecto muy potente. Al aplicarlo en el pecho, los vapores abrían los bronquios y aliviaban la congestión. No curaba, pero ayudaba a respirar.
En 1911, el nombre cambió, Vicks VapoRub, poco después, llegó el golpe de suerte (o de gripe). En 1918, la mal llamada gripe española arrasó el mundo y millones de personas buscaron alivio desesperadamente.
El VapoRub no curaba la gripe, pero aliviaba los síntomas, así que solo ese año, las ventas pasaron de 900.000 a más de 2,5 millones de frascos. Porque era barato, fácil de aplicar, no requería receta y olía a esperanza.
A partir de ahí, Vicks se convirtió en marca global. Se expandió por América, Asia, Europa y en cada país ocurría lo mismo: madres que lo usaban en el pecho, la espalda, los pies y la frente de sus niños.
En México, Cuba, Filipinas y Colombia se volvió casi una religión. “Ponle Vicks” se convirtió en la respuesta automática a todo: tos, gripa, dolor, fiebre, desamor. El secreto no era solo la fórmula, sino la cultura que se creó a su alrededor.
Porque todos tenían un frasco en su botiquín, todas las abuelas lo recomendaban, y todas las madres lo frotaban con cariño mientras decían: “Esto te va a poner mejor, ya verás”.
Hoy pertenece a una multinacional (Procter & Gamble), pero el frasco azul sigue igual. Y aunque hay estudios que cuestionan su eficacia médica, eso no importa, porque su verdadero poder es emocional.
Es un olor que te devuelve a casa, a tu infancia, a los cuidados de mamá. Es un ritual que se hereda, es un símbolo de cuidado, calor y consuelo.
Vicks no cura la gripa o el resfriado,, pero cura otra cosa: La sensación de estar solo cuando más lo necesitas.