Todos hablamos de robots, pero casi nadie sabe de dónde viene la palabra, ni que nació en un teatro, ni que su primer significado fue: esclavitud. Esta es la historia del origen del “robot” y no tiene nada de ciencia ficción.

En Checoslovaquia, el dramaturgo Karel Čapek estrenó su nueva obra: R.U.R. “Robots Universales Rossum”, sobre una fábrica que crea trabajadores artificiales para liberar a la humanidad del trabajo. Suena actual, pero fue hace más de 100 años.

La palabra «robot» no la inventó Karel, fue sugerida por su hermano, Josef Čapek. Viene del checo robota: trabajo forzado, servidumbre… Es decir, los primeros “robots” no eran máquinas sino esclavos.

En la obra, los robots no son metálicos, sino que tienen carne, piel y conciencia. Están diseñados para obedecer, hasta que dejan de hacerlo. Y entonces, se rebelan.

La historia fue una bomba en Europa y después en Estados Unidos. Fue traducida a decenas de idiomas y convirtió el término “robot” en sinónimo de máquina inteligente, pero su origen fue una advertencia, no una promesa.

Karel Čapek no quería celebrar la tecnología, quería advertir sobre los límites de la deshumanización, sobre el trabajo sin alma, sobre el progreso sin ética.

Paradójicamente, la palabra “robot” hoy está en todas partes, pero casi nadie recuerda que nació como metáfora del esclavo moderno, del obrero sin derechos, de persona reducida a función.

Con el tiempo, la palabra cambió y se llenó de tuercas, cables y microchips, pero su alma original era de carne y sufrimiento.

Hoy hablamos de IA, automatización, algoritmos, pero seguimos sin responder la misma pregunta que planteó Čapek: ¿Dónde acaba la herramienta y empieza el esclavo?

Porque los robots han evolucionado, pero muchas relaciones humanas siguen atrapadas en el mismo dilema. Trabajar sin voz y obedecer sin alma.

Karel Čapek murió en 1938, pero su palabra sobrevivió a dictaduras, guerras y revoluciones tecnológicas. Y sigue ahí, preguntándonos cosas incómodas.