En 1268 murió el papa Clemente IV y la Iglesia se quedó sin cabeza durante casi tres años debido al cónclave más largo de la historia: 1.006 días. Tres inviernos, un motín popular, un techo arrancado y cardenales casi muertos de hambre para elegir al Papa.

La sede del cónclave fue Viterbo, una pequeña ciudad al norte de Roma. Allí, 20 cardenales se encerraron para elegir al nuevo pontífice, pero el mundo estaba dividido entre dos bloques irreconciliables: los pro-franceses y los pro-gibelinos.

Unos apoyaban a Carlos de Anjou, mientras otros hacían lo propio por el emperador del Sacro Imperio. Y como ninguno estaba dispuesto a ceder, el cónclave se convirtió en una guerra fría de sotanas, intrigas y silencios cargados de veneno.

Durante los primeros meses, los cardenales debatían, votaban, rezaban y volvían a empezar, pero luego, dejaron de hablar entre ellos y se encerraron en habitaciones separadas, donde pasaban semanas sin cruzar palabra con sus adversarios.

Viterbo, mientras tanto, ardía de frustración, ya que sin papa no había decisiones, ni indulgencias, ni nombramientos, y la ciudad se paralizaba. La Iglesia empezaba a parecer un barco sin timón o un castillo lleno de hombres orgullosos jugando a ser reyes en nombre de Dios.

Pasaron los meses y los cardenales se acomodaron en su encierro, ya que tenían de todo: criados, viandas, vino, comodidades… así que los vecinos decidieron intervenir y forzar que tomaran, de una vez por todas, una divina decisión.

Primero, cortaron el suministro de comida, luego, quitaron los tejados del palacio para que el frío, la lluvia y el viento los obligaran a ponerse de acuerdo, convirtiendo el cónclave en un secuestro colectivo justificado.

Y los cardenales pasaron de la diplomacia a la desesperación. Algunos cayeron enfermos, otros huyeron en secreto hasta que, finalmente, tras casi tres años de estancamiento, eligieron no a uno de los suyos, sino a un desconocido: Teobaldo Visconti.

Visconti no estaba en Viterbo, ni en Roma, ni siquiera en Italia, estaba en Tierra Santa como legado papal en una cruzada, así que lo llamaron y lo esperaron durante semanas hasta que, cuando por fin llegó, fue coronado como Gregorio X.

Una de sus primeras decisiones fue reformar el proceso de elección y promulgó que los cardenales debían encerrarse en cónclave con régimen estricto, sin lujos, sin contacto exterior y bajo amenaza de excomunión si retrasaban la elección sin motivo.

Así nació el cónclave moderno: con encierro, comida racionada y vigilancia. No por inspiración divina, sino porque la política, el orgullo y la comodidad podían dejar a la cristiandad sin papa durante casi 1.000 días

La palabra “cónclave”, del latín cum clave, significa “bajo llave”; y desde entonces, la llave no ha sido solo un símbolo, sino una necesidad para que el poder no se duerma en su propio palacio.