Los Jeeps se enviaban desmontados en cajas planas como las de Ikea. Descubre cómo esta estrategia ayudó a los aliados a ganar la guerra.
Durante la segunda guerra mundial, el bloqueo de suministros por parte de alemanes y japoneses, provocó que todo lo que las tropas estadounidenses podían necesitar mientras luchaban en Europa y el Pacífico tuviese que ser enviado desde Estados Unidos.
Eso incluía equipos, ropa, armas, suministros médicos o alimentos, que se enviaban por barco y avión donde lo necesitaban las tropas, pero en el caso de los Jeep, idearon una inteligente manera para hacerlo: meterlos desmontados dentro de una caja.
Durante la guerra, Estados Unidos produjo unos 640.000 Jeeps producidos tanto por Willys-Overland como por Ford, de los que un 30 % se enviaron a los aliados estadounidenses.
En el campo de batalla, la velocidad y versatilidad del Jeep fueron fundamentales para la victoria aliada, ya que se podía conducir por terrenos difíciles y era lo suficientemente ligero como para que los soldados lo levantaran a pulso cuando se atascaba.
Además, era capaz de remolcar armas antitanque, lo que permitía que pudiesen desplegarse rápidamente, y podía montar una ametralladora en su parte central con la que poder combatir a la infantería, convirtiendo este vehículo en uno de los más versátiles de la historia.
Aunque los Jeep eran extremadamente compactos, era todo un desafío mandarlos a la otra punta del mundo en grandes cantidades. Para los envíos que se hacían dentro del país, se podían apilar unos encima de otros con ayuda de plataformas de tablas y se cargaban en camiones o trenes de mercancías.
Sin embargo, para subirlos a los barcos que los transportarían a través del Atlántico y el Pacífico, esa solución no parecía la más idónea, así que se decidió diseñarlos de tal manera que pudieran meterse en una caja, literalmente.
Los Jeep se enviaban desmontados dentro de una pequeña caja de madera y acababan de montarse al llegar a su destino. Para ello, las ruedas se colocaban planas sobre los asientos, con una de ellas atada al frente y el parabrisas se abatía y se doblaba hacia abajo.
Esto permitía que, junto al resto de equipo de cada Jeep, pudiera almacenarse en un “paquete plano” remontable, fácilmente manipulable y que maximizara el preciado y escaso espacio ocupado en las bodegas de los barcos de transporte estadounidenses.
De esta manera, el robusto y sencillo Jeep se convirtió en el mejor amigo del soldado, sólo superado por su rifle. Su popularidad llegó a ser tan grande que, tras una misión, un Jeep fue condecorado con el Corazón Púrpura y enviado de vuelta a casa.
El General George C. Marshall, Jefe de Estado Mayor del Ejército de EE.UU. y más tarde Secretario de Estado, describió al Jeep como «la mayor contribución de EE.UU. a la historia de la guerra moderna».
Ernie Pyle, reportero durante la Segunda Guerra Mundial, dijo sobre el: «Lo hacía todo. Iba a todas partes. Era fiel como un perro, fuerte como una mula y ágil como una cabra. Transportaba constantemente el doble de aquello para lo que fue diseñado y aún así seguía adelante».
Su contribución a la historia es tan grande, que El Museo de Arte Moderno de Nueva York tiene un Jeep Brand 4×4 militar en su exposición de ocho automóviles y lo considera «una de las poquísimas expresiones genuinas del arte de la máquina.»
Ya lo dijo el general Patton en agosto de 1944: «Mis hombres son capaces de comerse sus cinturones, pero mis tanques necesitan gasolina». De ahí la importancia de la logística y el embalaje, ya no para ganar guerras, sino para que el mundo siga funcionando.