En 1932, obligado por la pobreza, un niño de solo 6 años comenzó a vender en la calle fósforos o como se conocen en España cerillas, dando inicio a un negocio que se convertiría en un imperio. Cuando aquel niño cumplió 17 años, decidió ponerle nombre a su empresa. La llamó IKEA.

El niño llamado Ingvar Kamprad nació el 30 de marzo de 1926 en la provincia sueca de Småland, una región agrícola al sur del país, en una época de mucha pobreza. Las carencias de su infancia le empujaron a entrar en el mundo de los negocios con tan solo 6 años.

Su tía le ayudó a comprar sus primeras 100 cajas de fósforo en Estocolmo, en un almacén donde las encontraba más económicas que en la calle, y que vendía al doble o triple del precio que las había comprado.

Su siguiente negocio, con 10 años, consistía en recorrer su pueblo repartiendo decoraciones de Navidad, postales y lápices que sus vecinos le encargaban de un catálogo.

Con 17 años, su padre le regaló una pequeña suma de dinero por sus buenos resultados en el colegio, que utilizó para ampliar su negocio para vender bolígrafos. Además, decidió que su compañía necesitaba un nombre.

Para ello empleó sus dos iniciales (I.K.) y las de la granja y el pueblo donde había crecido, Elmtaryd y Agunnaryd (E.A.), bautizando su empresa como IKEA.

A inicios de 1940, los bolígrafos que planeaba vender eran toda una novedad, así que pidió un préstamo y compró 500 en París. Para atraer a los clientes a la presentación de su tienda, Ingvar prometió un café y un trozo de pastel a todos los que asistieran a la inauguración.

Se presentaron más de mil personas. Con el negocio en marcha, se dio cuenta de que mucha gente no podía comprar muebles, debido a su alto coste, así que, en 1948, se le ocurrió la idea de vender muebles baratos fabricados por carpinteros locales.

Fue un éxito tan extraordinario que, en 1951, comenzó a repartir folletos entre sus clientes que, con el tiempo, se convertirían en los legendarios catálogos de IKEA. Su éxito asustó a su competencia, que lo boicoteó, consiguiendo que nadie en Suecia le vendiera madera.

Este hostil clima contribuyó a que Ingvar tomara una serie de decisiones que marcarían el futuro de lo que hoy es IKEA: diseñar y fabricar sus propios muebles y salir al extranjero para comprar materias primas (que encontró más baratas) y para inaugurar nuevos puntos de venta.

A principios de los años 60, Ingvar viajó a Estados Unidos y vio cómo funcionaban los comercios en los que los clientes pagaban en efectivo y ellos mismos se llevaban la mercancía a casa, el autoservicio, y decidió implantarlo.

Pero a medida en que la empresa crecía, también lo hacían los gastos derivados del envío de cada mueble, hasta que un día, Gillis Lundgren, diseñador de la librería BILLY y del logo de IKEA, tuvo que llevar una mesa a un estudio que estaba realizando el nuevo catálogo.

Aquella mesa no cabía en su coche, así que pensó para sí mismo: «¿Por qué no quitarle las patas?». Esa idea revolucionó a IKEA, ya que todos los diseños tuvieron que rehacerse para poder ser transportados en los legendarios paquetes planos.

Poco a poco la empresa siguió creciendo hasta convertirse en el gran imperio del mueble y la decoración, con más de 400 tiendas y 155.000 trabajadores en 55 países.

Ingvar Kamprad, aquel niño que vendía fósforos, falleció el 27 de enero de 2018 convertido en uno de los grandes empresarios del siglo XX y una de las personas más ricas del mundo, tras haber fundado de la nada uno de los mayores imperios empresariales de todos los tiempos: IKEA