El 23 de agosto de 1973, un atracador intentó robar un banco en Suecia, reteniendo a rehenes durante seis días. Inesperadamente, los retenidos terminaron defendiendo a su captor y criticando la operación policial. Así nació el síndrome de Estocolmo.
Todo comenzó cuando un hombre irrumpió en la sucursal del banco Kreditbanken en la plaza Norrmalmstorg, uno de los lugares más céntricos y concurridos de Estocolmo, con una ametralladora escondida.
El ladrón era Jan-Erik Olsson, un convicto apodado «Janne» de 32 años que, al verse atrapado por la policía, se encerró en la oficina bancaria, tomó cuatro rehenes y pidió que le llevasen a su antiguo compañero de celda.
Lo que debió haber sido un robo relámpago se convirtió en uno de los secuestros más mediáticos de la historia, porque era la primera vez que se transmitía en directo y porque la forma en que se comportaron los rehenes acabó dando nombre a un famoso síndrome.
Poco a poco, los retenidos comenzaron a actuar de una manera extraña, porque se había formado una improbable amistad entre los rehenes y sus captores.
Uno de ellos medió para que otro aceptara recibir un disparo del secuestrador en la pierna. También llegaron a discutir con el primer ministro sueco por teléfono, argumentando que los secuestradores eran buenas personas y que temían más que un ataque policial les hiciera daño.
En el operativo policial se usó gas lacrimógeno para retomar el banco y cuando la policía pidió a los rehenes que salieran primero, estos contestaron que no, que saldrían al mismo tiempo de los asaltantes, por temor a que la policía les disparara.
Así que salieron todos juntos y se detuvieron en la puerta para despedirse con besos y abrazos. Lo inaudito era que los rehenes parecían más enfadados con la policía que con los criminales que los habían secuestrado durante 6 días y les seguían defendiendo con pasión.
Este inexplicable comportamiento fue algo que confundió a todo el mundo y que, días más tarde de finalizar el secuestro, el psiquiatra Nils Bejerot, miembro del equipo negociador, acuñaría como «Síndrome de Estocolmo», para referirse a la experiencia que habían sufrido los rehenes poniéndose de parte de sus captores.
Un año después del atraco, la revista The New Yorker entrevistó a las personas involucradas en el y, para su sorpresa, los rehenes seguían mostrándose benevolentes con sus secuestradores y en sus respuestas se percibía gratitud hacia ellos, como si les debiesen la vida.
Así fue como nació el nombre de: Síndrome de Estocolmo.