Antes de que los carros de gasolina dominaran el mundo, los eléctricos ya habían conquistado las ciudades. Eran silenciosos, limpios y elegantes, pero el petróleo los enterró.
Todo comenzó en 1890, cuando un inventor escocés llamado William Morrison construyó en Iowa el primer carro eléctrico práctico de América. Era una carrocería de seis pasajeros, capaz de recorrer casi 80 kilómetros con una sola carga.
En una época en la que arrancar un motor de gasolina requería esfuerzo físico y muchas más maniobras, el carro eléctrico era una revolución. Encendido inmediato, cero humos, cero vibraciones y una conducción tan suave que parecía magia.
Durante las décadas de 1890 y 1900, los carros eléctricos eran la elección de los ricos, de los modernos, de quienes podían permitirse soñar con un futuro limpio y en Nueva York, los taxis eléctricos eran tan comunes como los de caballos.
Thomas Edison, el gran mago de la electricidad, apostaba por ellos, Henry Ford, su amigo y socio ocasional, coqueteaba con la idea de un carro eléctrico de masas que pudiera cambiar la forma en la que el mundo se movía, pero la historia rara vez es un camino recto.
En 1912, un ingeniero llamado Charles Kettering inventó el arranque eléctrico para motores de gasolina y, de repente, arrancar un carro de combustión ya no era una tortura muscular.
Al mismo tiempo, Henry Ford perfeccionaba su Modelo T, un carro de gasolina barato, robusto y producido en masa, que costaba menos de la mitad que un eléctrico y llegaba donde las baterías no podían: los caminos rurales de América.
El golpe final llegó de las entrañas de la tierra. Yacimientos de petróleo como Spindletop en Texas convirtieron la gasolina en un producto abundante, barato y omnipresente, así que moverse con gasolina era fácil, cómodo y rentable para quienes controlaban el petróleo.
Los carros eléctricos, elegantes, pero limitados, fueron arrinconados poco a poco y pasaron de ser símbolos del futuro, a ser reliquias de museo antes de que acabara la Primera Guerra Mundial.
¿Fue un sabotaje organizado? No en el sentido moderno. Fue algo más letal: la suma de tecnología, mercado y poder, construyendo un imperio energético que no dejaba espacio para alternativas.
El carro eléctrico murió no porque fuera inferior, sino porque el mundo se construyó alrededor del petróleo y de las carreteras infinitas que requerían autonomía y velocidad, no silencio y limpieza.
Hoy, más de un siglo después, los carros eléctricos resurgen como promesa de un nuevo futuro, pero lo hacen en un mundo que todavía arrastra las cicatrices y las decisiones de aquel primer entierro
Porque no basta con tener la mejor tecnología, hace falta también el momento adecuado, el mercado dispuesto y, sobre todo, la voluntad de cambiar el sistema que da poder a quienes no quieren perderlo.
La historia del carro eléctrico es la historia de una oportunidad perdida y quizá, solo quizá, de una segunda oportunidad que aún estamos a tiempo de no desperdiciar.