Shrek no nació en Hollywood, sino en un libro poco conocido con un ogro feo, maloliente y feliz. Pero su verdadera historia es aún más rara e incluye a Steven Spielberg, a un escritor neoyorquino y a un luchador con el rostro desfigurado.
Todo empezó en 1990. Un ilustrador llamado William Steig, de 83 años, publicó un cuento infantil titulado “Shrek!”. Su protagonista era un ogro verde, maloliente y orgullosamente feo, que no quería ser guapo, ni héroe, ni otra cosa que él mismo.
El libro era una sátira, un cuento de hadas al revés donde el ogro no cambiaba para encajar, sino que el mundo tenía que aceptarlo. Tenía dragones, princesas y fuego, pero todo contado con sarcasmo, ironía y dientes sucios.
En paralelo, Steven Spielberg compró los derechos del libro en los 90. Quería hacer una película animada, primero con animación clásica, pero luego lo dejó en manos de una nueva empresa llamada DreamWorks y ahí empezó la verdadera magia (y el caos).
La película pasó por múltiples versiones, guiones y actores. El primer Shrek tenía la voz de Chris Farley, que grabó casi todas sus líneas, pero murió en 1997, así que entonces llegó Mike Myers, que lo transformó por completo. Le cambió la voz, el acento y el alma.
Myers pidió empezar de cero. Quería darle acento escocés, como su madre, y darle al ogro más humanidad y sentido del humor. El equipo aceptó y el resultado fue tan icónico que reescribió la historia del cine animado.
Pero hay otro detalle que pocos conocen. Visualmente, Shrek se inspiró en Maurice Tillet, un luchador francés apodado “El Ángel” que tenía una rara enfermedad (acromegalia) que deformó su rostro. Y, aun así, fue campeón de lucha libre y amado por el público.
Tillet era diferente. Feo como él solo, pero fuerte, sensible e inteligente, como Shrek. Y su imagen, con mandíbula ancha, frente prominente y mirada triste, fue parte del modelo que usaron los animadores para dar forma al ogro más famoso del cine.
Shrek se estrenó en 2001. Fue tal bombazo que ganó el primer Oscar a Mejor Película de Animación y reventó los cuentos de hadas para siempre. Adiós príncipes, adiós finales perfectos. Hola pantano, pedos y verdades incómodas.
Pero lo que empezó como una burla, terminó siendo una lección, ya que Shrek no cambia su aspecto ni finge ser alguien mejor. Tampoco se disculpa por ser como es, simplemente encuentra a alguien que lo quiera tal cual, tal y como es.
Y eso, en un mundo de filtros, príncipes y castillos falsos, es más valiente que matar a un dragón. Porque el verdadero cuento de hadas es aceptar quién eres, aunque huelas a cebolla.