¿Por qué los semáforos son de color rojo, amarillo y verde? No es una elección estética, es una historia de trenes descarrilados, señales humanas y un invento que salvó millones de vidas. Tres colores que pusieron orden al caos. Y esta es su historia.
En el siglo XIX, el mundo era un caos. Los trenes rugían por las vías, pero no había forma de controlarlos. Las colisiones eran comunes, y cada accidente dejaba muertos y hierros retorcidos. Alguien tenía que poner orden.
Los ferrocarriles ingleses fueron los primeros en usar señales de colores. En 1830, adoptaron el rojo para “parar”, el verde para “avanzar” y el blanco para “precaución”. ¿Por qué? Porque el rojo, el color de la sangre, gritaba peligro.
El verde, en cambio, era calma, como los campos. El blanco no duró mucho, ya que las lámparas blancas se confundían con las luces de las estaciones. Así que, en la década de 1840, el amarillo reemplazó al blanco como señal de “cuidado”.
Estas señales no eran luces, eran banderas o discos pintados que eran movidos a manos por guardias. Pero los trenes iban cada vez más rápido, y los humanos no podían seguir el ritmo, así que el sistema necesitaba un salto tecnológico.
En 1868, Londres dio el primer paso. El ingeniero John Peake Knight creó el primer semáforo para carros. Usaba brazos mecánicos y lámparas de gas, rojo para parar, verde para avanzar, pero explotó y mató a un policía.
Los semáforos eléctricos llegaron en 1912, en Salt Lake City, en Estados Unidos. Lester Wire, un policía, diseñó un sistema con bombillas rojas y verdes. No había amarillo aún, pero ya controlaba el tráfico en las calles llenas de carruajes y automóviles.
En 1920, William Potts, otro policía de Detroit, añadió el amarillo. ¿Por qué? Porque los conductores necesitaban un aviso antes de parar. Y así, el rojo-verde-amarillo se convirtió en el estándar y las ciudades empezaron a respirar.
El rojo siempre fue el rey. Es el color que más capta la atención, por evolución: nuestros ojos están programados para verlo primero. El verde, tranquilo, invita a moverte. El amarillo es el puente, algo como un “prepárense” universal.
En los 30, los semáforos se extendieron por el mundo y cada país los adaptó, pero los colores nunca cambiaron. Hoy, desde Tokio hasta Bogotá, todos entendemos que rojo es parar y verde es seguir. Es un idioma sin palabras.
Pero no todo es perfecto. En los 80, se descubrió que los daltónicos podían confundir rojo y verde. Por eso, los semáforos modernos usan tonos específicos y formas (círculos, flechas) para que todos los vean claro.
Hoy, los semáforos van más allá de simples luces, son inteligencia artificial, sensores y sincronización, pero su corazón sigue siendo el mismo: tres colores que nacieron en las vías de un tren y ahora ordenan el caos de nuestras vidas en las vías.
La próxima vez que te detengas en un semáforo en rojo, recuerda: estás frente a un invento que salvó millones de vidas. Y todo empezó con un accidente en un ferrocarril.