Antes de conquistar el mundo con plumas y bolígrafos, George S. Parker era solo un profesor de colegio, pero se cansó de que sus alumnos le devolvieran plumas defectuosa. Así que decidió inventar una mejor. Fue así como nació la legendaria marca Parker.

Todo empezó en Janesville, Wisconsin, en 1888. George Safford Parker tenía 25 años y enseñaba taquigrafía. Para sus clases, vendía plumas estilográficas a sus alumnos, pero había un problema: fallaban constantemente.

George Safford Parker.

Goteaban, se atascaban, manchaban, así que Parker hizo lo que muy pocos habrían hecho: desmontarlas, rediseñarlas y construir una mejor. Su lema era claro: “Haz una pluma mejor y la gente la comprará”.

En 1889 patentó su primer invento, un sistema de alimentación de tinta que reducía las fugas. Un año después, fundó la Parker Pen Company, una empresa que nació en el taller de su padre, con capital mínimo y muchas dudas.

Pero no tardó en llegar el éxito. En 1894 lanzó el Lucky Curve, un sistema que drenaba la tinta sobrante y evitaba que se derramara. Y fue revolucionario. Porque cuando las manchas desaparecieron, llegaron las ventas.

Durante las siguientes décadas, Parker fue sinónimo de innovación: – Plumas recargables – Diseños aerodinámicos – Sistemas de presión y vacío – Materiales cada vez más resistentes y elegantes

En 1931 abrieron una sede en el Reino Unido y en 1941 lanzaron su obra maestra, la Parker 51, inspirada en la aeronáutica, era precisa, limpia, y deslizaba como ninguna. Se convirtió en la pluma más vendida de la historia.

Los presidentes de EE. UU. la usaban para firmar leyes, la CIA la eligió por su fiabilidad e incluso se utilizó en misiones espaciales. Parker ya no era una marca, era una institución.

Con los años, diversificaron su negocio: bolígrafos, plumas de lujo, instrumentos de escritura para ejecutivos, estudiantes, coleccionistas… Siempre con un equilibrio entre tecnología y elegancia.

George Parker murió en 1937, pero dejó una filosofía clara: No basta con vender. Hay que mejorar siempre lo que ya existe.

Y eso hizo su empresa durante más de un siglo. Hoy, Parker sigue viva. Su sede está en Francia y está presente en más de 100 países. Y aunque cada vez escribimos menos a mano, sigue siendo un símbolo de distinción, precisión y buena historia.

Parker vendía algo más que plumas estilográficas, vendía confianza, tinta que fluye sin fallar y la promesa de que, incluso en el siglo XXI, escribir bien aún importa.